Jamás nos habían contado que la Ciudad Esmeralda sobre el arco iris que habita el mago no era en realidad Oz sino
Florencia. Sólo una elevada concentración de corazón, cerebro y valentía pudo dar como fruto esta ciudad epicentro del Renacimiento, actual capital de la hermosísima región de la
Toscana y que también lo fuera de
Italia en los primeros años de la Unificación Italiana. ¿Acaso alguna otra ciudad podría contender, aún por escasos años, con la
Roma inmortal? Si la belleza es verdad, no existe más verdadera ciudad que Florencia. No en vano fue en su visita a la Basílica de Santa Croce cuando Stendhal describiera por primera vez, “había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes”, los síntomas de lo que hoy se conoce como el
síndrome de Florencia: alto ritmo cardíaco, vértigo, palpitaciones, temblor e incluso alucinaciones ante tanta belleza acumulada. “Saliendo de Santa Croce, me latió el corazón, la vida estaba agotada en mí”, anotaba el escritor francés, “andaba con miedo a caerme”. Queda avisado. Florencia, patrimonio de la humanidad desde 1982, puede provocar riesgos a su salud.